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02/04/2020

Nada será igual

Una pandemia paraliza al planeta y desarrolla formas totalitarias de vigilancia. El Estado benefactor resurge con la misma fuerza que los servicios de inteligencia. El mundo no será el mismo. ¿Y nosotros?

Ilustración: Marcel Salinas.

Darío Klein / Sudestada / @KleinDario

El don del desdoblamiento nos es ajeno a la gran mayoría de los seres humanos. Por eso, es bien difícil analizar con algo de perspectiva lo que a toda la humanidad le toca vivir cuando todos somos, al mismo tiempo, actores y guionistas de la distopía.

Pero si intentamos observarnos por un instante, nos hacemos concientes de que, como civilización, como generación, nos está tocando vivir un momento histórico en el sentido más profundo del término. Una crisis planetaria –también en el sentido etimológico de la palabra, que supone cambio- de una magnitud tal que solo puede ser comparable a una guerra mundial.

Por lo que sea que haya ocurrido, esta pandemia y, sobre todo, la forma como prácticamente toda la humanidad eligió lidiar con ella, provocaron cosas que hasta hace poco parecían impensables, futuristas, de serie de Netflix.

Paralizó casi todo el tráfico aéreo y terrestre del mundo en cuestión de días. Los aeropuertos más congestionados quedaron semivacíos. Las autopistas atiborradas de vehículos convertidas en rutas fantasmas. Los estadios callados. El entretenimiento de masas cancelado. Toda interacción cercana cortada, estropeada. La economía y el comercio mundial paralizados, enlentecidos a niveles preglobalización. Crisis humanas, emergencia económica, éxodos internos, reacciones en cadena.

Esta pandemia y su reacción global, han desarrollado, en cambio, formas totalitarias de vigilancia. Un avance y aplicación de tecnologías que ni Orwell soñó, sin casi rebeldes que las cuestionen: rastreo (de infectados y sus contactos) a través de celulares, pulseras biométricas, curva exponencial de cámaras de reconocimiento facial , seguimiento con drones, toma de pulso y temperatura a distancia, vigilancia digital extrema, mapeo y gps al servicio del control. Una civilización entera dispuesta a resignar sus libertades individuales en nombre de la salud y la seguridad.

La forma como nos relacionamos, comunicamos, estudiamos y funcionamos socialmente, está revolucionada. El otro se convierte en riesgo. El afecto es denostado y el contacto cercano es sospechoso. Una generación entera estudiando y aprendiendo sin saber cómo huelen sus profesores, sin tocar a sus compañeros, conociéndose a distancia, creciendo intercomunicados, hiperconectados, pero aislados.

Esta situación es inédita por donde se la mire: hubo muchas pandemias antes del 2020, pero esta es la primera en la era de las comunicaciones 4G, globalizada, con respuesta coordinada y con el confinamiento mundial como herramienta. La primera con tanta tecnología pensada para la seguridad y la lucha contra el terrorismo, ahora utilizada contra un nuevo “enemigo”.

En este contexto, los gobiernos más liberales en lo económico recurrieron al Estado omnipresente, un Estado benefactor que regresó con fuerza incluso en aquellos sitios donde hasta hace poco era despreciado. Un Estado más policial y a la vez más benefactor. Un oxímoron –o no- de otros tiempos. Y, a caballo de su neopolítica, cada líder usa la emergencia para sus propios intereses: en algún lado para perpetrarse en el poder o atrasar decisiones, en otros para tomar por asalto las restantes libertades, en algunos para insuflar aislacionismo, populismo o autoritarismo, según convenga; en casi todos para recuperar la popularidad perdida o saborearla por primera vez. Porque en tiempos de crisis externas, cuando los gobiernos plantean un problema, una “guerra “ contra lo que sea, y piden unidad, los pueblos innatamente tienden a unirse. Y los que se oponen se convierten automáticamente en antipatriotas.

Quienesquiera que les haya tocado liderar a sus países en este momento, pasarán a la historia de sus naciones. Para bien o para mal. Pero ninguno será un gobernante más.

Cuando volvamos a algo parecido a la normalidad del mundo que recordábamos antes de este retén de la vida, tendremos que analizar qué huella quedó en el ambiente, la Tierra y las criaturas que la habitan y qué lecciones deja eso, qué huella quedó en la generación de los que hoy son niños y adolescentes, qué huella quedó en la economía, las sociedades, en los afectos, en nuestra sensibilidad, costumbres y rutinas.

En definitiva, decidiremos qué partes de nuestra vida anterior queremos o podemos recuperar. Algunos, antes que eso, tendrán que rearmar sus vidas y remendarse los harapos de la crisis económica.

También veremos qué vicios quedaron instalados en los gobernantes, las Policías y los servicios de Inteligencia del mundo. Observaremos dónde se impondrá la democracia liberal y dónde el autoritarismo. Dónde prevalecera el populismo, dónde el Estado Policial y la vigilancia totalitaria. Dónde la esperanza y solidaridad de los ciudadanos comunes. Dónde dominará el aislacionismo y dónde la fraternidad entre pueblos. Y advertiremos hasta dónde cedimos terreno en nuestras libertades.

El mundo no va a volver a ser el mismo cuando esto termine. Probablemente nosotros tampoco.
Aliados de Sudestada