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28/12/2021

Pandemia y futuro: ¿Podremos frenar la próxima vez?

Opinión: Felipe Arocena *

El futuro de los conciertos: ABBA anunció un espectáculo en holograma para mayo de 2022. 

Hay cuatro aspectos cruciales nuevos que marcarán al mundo futuro luego de la pandemia de los últimos dos años. El primero tiene que ver con el hecho inédito en la historia moderna de que el mundo se paró en el año 2020. Dejaron de volar los aviones, no navegaron los cargueros, los ómnibus de transporte colectivo desaparecieron de las calles y los trenes no rodaron por los rieles de acero; la humanidad se encerró en sus refugios domésticos y nadie pensó que esto podría ser posible antes de que sucediera.

El segundo tiene que ver con el reverso de lo anterior porque, al mismo tiempo que el planeta se detuvo, la aceleración tecnológica siguió su curso exponencial anclada en la virtualidad y la biotecnología.

En tercer lugar, el capitalismo hegemónico global no colapsó como tantos vaticinaron, sino que se reacomodó una vez más internalizando sus contradicciones y descomprimiendo sus tensiones.

El cuarto y último desenlace de esta pandemia, quizás el más profundo de todos, tiene que ver con nuestra supervivencia como especie; los sapiens nos reconocemos mucho más vulnerables que antes.

Que el mundo se haya parado despertó gran asombro porque no era predecible. Más bien el diagnóstico previo era que nadie sabía dónde estaba el freno, y que la complejidad económica y política del sistema global impedía que alguien, alguna institución, o un acuerdo de poderes fuese capaz de paralizarlo de golpe. Que se haya detenido una vez aventura la posibilidad de una segunda. Si se pudieron reducir al mínimo todas las actividades económicas y productivas al punto de que los vendedores de petróleo regalaban el crudo por no tener cómo almacenarlo, entonces, si lo deseáramos, tal vez podríamos hacerlo nuevamente.

El descubrimiento de que el sistema es aún parable, de que todavía los humanos tenemos la capacidad de actuar sustantivamente sobre él, nos empodera porque aprendimos que no perdimos el control completamente. Un asombro ciertamente similar fue que buena parte de la humanidad haya aceptado sin protestas estruendosas el confinamiento global. ¿Quién hubiera imaginado que durante más de un año poblaciones enteras de los países podrían quedarse en sus casas, que los adultos no fuesen a trabajar, que las niñas no asistiesen a la escuela y que los adolescentes no pisaran los liceos? Ni siquiera en las guerras mundiales las calles, los cines y los bares se vaciaron de modo tal.

La contracara de la paralización económica y la inmovilidad física de las personas fue el despegue de la virtualidad. Y con la misma aceleración que se expandió el virus, la biotecnología y la ciencia avanzaron en la invención y creación de vacunas. Como en un lago de superficie espejada, pero con corrientes sumergidas tumultuosas, también el congelamiento de la movilidad física tuvo su contracara en la aceleración de la virtualidad. En el mundo del trabajo y la educación las reuniones por las plataformas virtuales revolucionaron las prácticas prevalentes. Los próximos años veremos la consolidación del teletrabajo y la docencia a distancia, no sin disputas entre empleadores y empleados.

Las demandas irán en ambos sentidos contradictorios; patrones que quieren aumentar el teletrabajo para disminuir costos y patrones que quieren volver a la presencialidad; empleados que se resisten a perder como antes tanto tiempo en desplazarse para llegar a su lugar de trabajo y empleados que se niegan a seguir recluidos en sus hogares, mezclando el trabajo y su vida privada. Lo mismo debemos esperar en el ámbito educativo, con aulas híbridas presenciales y virtuales, con profesores invitados virtualmente más frecuentes por el abaratamiento de los costos y con estudiantes demandando a las universidades privadas matrículas más bajas y el derecho a la educación a distancia.

El mundo que viene será aceleradamente virtual en estas áreas, así como en la industria del ocio (streaming, espectáculos con hologramas, vayan agendando el concierto ya anunciado de ABBA en holograma para mayo de 2022), en la medicina (cirugías remotas con robots, consultas y monitoreos a través de dispositivos conectados al cuerpo), en los propios vínculos sociales (redes y comunidades, sitios de citas), y seguramente hasta en los viajes de turismo in situ, con sistemas de realidad aumentada que te permitirán recorrer Bagdad desde la silla del zaguán.

A pesar de innumerables partes de muerte súbita, el capitalismo global no falleció por la pandemia. Así como está escrito en su código de ADN, se adaptó al nuevo entorno y digirió el veneno. El mercado integró parte de lo emergente, y las relaciones sociales, incluidas las laborales, se transformaron nuevamente. Pero también apareció otra vez el estado para regular la urgencia sanitaria, garantizar la red de ayuda a los vulnerables y organizar la vacunación masiva de la población.

Es verdad que varias instituciones pagaron un costo alto por su inoperancia y lo más seguro es que éstas sí se desmantelen o den lugar a otras nuevas. Es el caso emblemático de la OMS, completamente incompetente e impotente para distribuir las vacunas, como para transmitir con coherencia las medidas iniciales de prevención. Junto con ella, el conjunto de sistemas de regulación supranacional ha quedado expuesto una vez más y seguramente tendremos innovaciones en este aspecto en el futuro cercano.

También las democracias se han desgastado más de la cuenta, no es de extrañar. Cuando se le exige a la población tanto esfuerzo de confinamiento obligatorio sin resultados tangibles, el malestar se dirige a los gobernantes y a las estructuras que legitiman el poder político. En las democracias el enojo se puede expresar públicamente en la calle, en los medios de comunicación o eligiendo otras autoridades, pero en los totalitarismos esto no es tolerado. Por eso seguramente sufrió mucho más Chile que China, mucho más España que Rusia; la pandemia pasó factura a las democracias y no tanto a las dictaduras. Y China quedó como la gran ganadora hasta que se demuestre que tuvo responsabilidad en desatar el caos.

Pero el verdadero talón de Aquiles del futuro próximo será la desigualdad, que durante la pandemia se hizo más obscena que nunca. Como los aristócratas del antiguo régimen francés, los actuales multibillonarios no resistirán las presiones. Pero a diferencia del feudalismo que cayó junto con las monarquías absolutistas, el capitalismo se reorganizará eliminando a los reyes de la tecnología.

El cuarto aspecto que quiero resaltar al pensar en el mundo pospandemia (utilizo este término no porque la pandemia haya terminado ya, sino para referirme a los cambios de más larga duración provocados por su aparición), tiene que ver con el reconocimiento de la vulnerabilidad de nuestra civilización y de la especie. A la incertidumbre creada por la aceleración tecnológica y la velocidad de los cambios, se debe agregar ahora la conciencia acerca de la debilidad del ser humano que despertó con la pandemia. No es que esta percepción de finitud no estuviese presente en algunos momentos de la historia de la humanidad, pero ciertamente la fe ciega en el progreso reciente de la ciencia fue construyendo una sensación de omnipotencia ante las adversidades, fuesen del signo que fuesen.

A la amenaza de extinción vinculada al cambio climático, o al desarrollo de sistemas de inteligencia artificial muy superiores al sapiens, ahora debe sumarse la amenaza de los virus biológicos. Y en breve la de los digitales. Es posible aquí notar una contradicción. Es verdad que la otra gran ganadora en la pandemia fue la ciencia y el conocimiento científico aplicado en la biotecnología para producir las vacunas. Sin ciencia y vacunas lo que fue hubiera sido incalculablemente peor. Aunque también se hizo muy evidente que lo que salió razonablemente bien esta vez, no necesariamente será controlado en un escenario futuro.

¿Podremos activar el freno en la próxima?

* Sociólogo y ensayista uruguayo que se dedica a la sociología de la cultura y a la sociología del desarrollo. Actualmente trabaja como profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y es investigador Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay.

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