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24/04/2021

Pandemia y cultura: Todo esto es un curro

Opinión: Felipe Arocena*

El gobierno anunciando la llegada de la pandemia a Uruguay, el 13 de marzo de 2020. Foto: Presidencia. 

La gran ausente en el análisis de la pandemia en Uruguay ha sido la cultura. Las caras visibles del GACH siempre son ingenieros o médicos que han desempeñado muy bien su objetivo de realizar proyecciones. Algunos cientistas sociales que se sumaron tardíamente a este grupo aportaron nuevos datos, fundamentalmente sobre el impacto de la pandemia en las condiciones de vida de la población, pero nunca tuvieron relevancia y fueron voces marginales.

Poco o nada se hizo público acerca de las actitudes, valores y creencias de la población respecto de la pandemia. El análisis de la cultura en su definición antropológica y sociológica busca exactamente eso, acercarse al significado que las personas tienen sobre la vida en sociedad; ese sentido depende de muchos factores, es cambiante, está en construcción y en el presente los medios de comunicación, las redes sociales y la interacción cara a cara son influencias decisivas.

¿Qué significa la pandemia para la sociedad uruguaya? Sabemos muy poco y basado en intuiciones, porque no se han realizado investigaciones relevantes al respecto. Si las personas creen que la pandemia es la consecuencia de una conspiración internacional, entonces se comportarán de una manera y no de otra. Por ejemplo, podrán rechazar todo el esquema de vacunación porque lo interpretan como un negocio de los laboratorios, de los chinos, o de Bill Gates (“es todo un curro”).

Si las personas creen que la pandemia es un instrumento para generar miedo en la población y así poder ejercer más fácilmente la dominación, adoptarán una conducta de resistencia rechazando las medidas básicas de prevención como el uso del tapabocas y el resguardo en las burbujas familiares (“a mí no me van a asustar”).

Si las personas tienen dificultades grandes para subsistir económicamente es muy probable que pongan en segundo lugar de importancia a las medidas de protección (“que se cuiden los ricos, yo no puedo”).

Si alguien cree que no se contagiará o que si se contagia no sufrirá problemas mayores de salud, tendrá una actitud mucho más permisiva que aquellos que creen lo contrario (“es apenas una gripe más”).

Si alguien tiene una valoración más individualista, las conductas que buscan contribuir al bienestar colectivo quedarán en un segundo lugar y por ende el mensaje de posponer muchas de sus prácticas cotidianas en pos de la protección de la mayoría no tendrá mucha relevancia (“cada uno que haga lo que quiera”).

Si las personas están saturadas y hartas de una situación de emergencia que no perciben como tal porque los casos graves fueron muy pocos durante meses, entonces su reconocimiento cuando la pandemia se torna más agresiva será tardío y escéptico (“ya no aguanto más”; “se está exagerando mucho”).

Múltiples ejemplos más podrían ser mencionados relacionando la cultura, es decir ese conjunto de creencias, actitudes y valores acerca de la COVID con las conductas concretas de la población en este año que pasó.

Cuando el gobierno apeló a la libertad responsable como la clave de control de la emergencia sanitaria lo hizo sin ningún apoyo científico que le proporcionara información sobre las actitudes prevalentes en la sociedad sobre el problema. Y pensó, apenas por convicción personal, o por intuición, que ese mensaje sería decodificado por la mayoría de la población de manera rápida y sencilla. Tanto fue así que ni siquiera se preocupó por realizar una campaña de sensibilización a través de los medios de comunicación y redes.

Los médicos, los ingenieros, los epidemiólogos, los matemáticos no tienen instrumentos para asesorar en este terreno. Todo lo bueno que le han elogiado al gobierno en relación a su buen manejo de la comunicación política, fue pésimo en cuanto al mensaje de riesgo que quiso transmitir. Faltaron referentes populares capaces de ser escuchados por los diferentes segmentos de la población; faltaron mensajes destinados a la idiosincrasia de los jóvenes, a la de los descreídos, a la de los conspiracionistas, a los individualistas, a los que estaban sencillamente hartos, a los jóvenes, a los desempleados, a los viejos.

La campaña de los sobrevivientes de los Andes es mediocre, con una metáfora de la tragedia en la nieve fuera de sintonía con el virus, y además de allí volvieron con vida solo la mitad, lo que puede haber provocado un efecto opuesto al buscado, reforzando la creencia de que “se morirán de COVID los que tengan que morirse”.



Tanto faltó una comunicación bien informada por investigaciones culturales que las costas de Rocha durante el verano fueron un carnaval corrido con noches de muchedumbres en discotecas, en fiestas clandestinas, en carpas y restoranes. Sí, se votó una ley para disolver las aglomeraciones y hubo cientos de procedimientos en todo el país, pero la represión no alcanza si no hay convicción en la población sobre la necesidad de no aglomerarse.

En enero y febrero el virus se disparó porque un número importante de personas, suficiente para que comenzara la tendencia exponencial, sencillamente no creyó que la pandemia fuese a significar algo grave en nuestro país. Esto es lo que se podría haber intentado cambiar con los medios y la información adecuada, que solo se hubiera conseguido a través del análisis cultural.

Si se hubiera tomado más en cuenta la cultura tal vez podría haberse concluido que adoptar medidas tendientes a la obligatoriedad de la desmovilización no hubiesen sido rechazadas. Muy tardíamente aparecieron mediciones de que tres de cada cuatro uruguayos consideraban que eran necesarias. Pero en este caso también es imprescindible saber mucho más acerca de cómo interpretaría la población una interdicción de este tenor y así poder comunicarla bien alcanzando la legitimidad suficiente. Es decir, para que no sea percibida como un giro hacia “un estado policíaco”, o hacia las viejas “medidas prontas de seguridad” hay que saber transmitirlas sintonizando con el sentir de los ciudadanos.

También muy tardíamente se realizó algo de lo que apuntamos que faltó durante todo el año 2020, pero exclusivamente centrado en la vacunación, para deconstruir ciertos mitos que incidían en que muchos dudaran de inocularse. Esto está siendo efectivo porque las resistencias fueron diluyéndose y la tercera parte de la población fue vacunada.

Aunque la pandemia sea global, hay países con performances muy diferentes, lo que muestra que lo que se haga o deje de hacerse en cada situación influye en su desenlace. Sí, lo que concluyo es que en nuestro caso particular no haberle dado la importancia suficiente a la cultura contribuyó sustancialmente a caernos y llegar a ser el país con más muertes por habitantes y el tercer peor en cantidad de contagios. Ahora falta mucho para convencer a la población de que la vacuna sola no es solución suficiente para mitigar lo que ocurrirá en los próximos meses.

* Sociólogo y ensayista uruguayo que se dedica a la sociología de la cultura y a la sociología del desarrollo. Actualmente trabaja como profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y es investigador Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay.

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