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11/10/2014

“Ahl-an-wa-sahan” (Bienvenidos): Crónica del inicio de una nueva vida

Sueños, juegos, fútbol y lluvia marcaron el inicio de la nueva vida para los primeros refugiados sirios que ya se encuentran en Uruguay
Lourdes Vitabar / Sudestada / @louvitabar

Lo ideal hubiera sido que el cielo celeste y el sol primaveral se mostrarán en todo su esplendor para recibirlos. Pero Uruguay se muestra como es y la luz gris de un mediodía nublado bastante habitual en los últimos tiempos, iluminó el camino de las cinco familias que integran el primer grupo de refugiados sirios desde el aeropuerto de Carrasco hasta el Hogar San José de los Hermanos Maristas, ubicado en Villa García.

En los portones de la casa de retiro muchos vecinos del barrio esperaban la llegada de los ómnibus del Ministerio del Interior que los transportaban. En el ambiente más que curiosidad por ver a los famosos nuevos habitantes de la cuadra se podía respirar la ansiedad por mostrar que los recién llegados eran bienvenidos. Incluso algunos niños se habían esforzado por dibujar un mensaje en árabe en cartulinas que adornaron con banderas de ambos países y que mostraban orgullosos.

Poco más de una hora después de haber tocado suelo uruguayo y tras recibir la bienvenida oficial del presidente José Mujica y del canciller Luis Almagro en la Base Aérea N°1, los ómnibus aparecieron en la esquina sur del camino Mangangá y los aplausos de los vecinos comenzaron a hacerse sentir, mientras las cámaras de televisión iniciaban el registro del esperado momento.

Dentro del hogar de retiro de la comunidad católica estaba todo preparado. Las habitaciones previstas para cada familia con las camas tendidas, la sala ambientada para la oración y el menú árabe de bienvenida. También había una gran cantidad de autoridades y otros invitados especiales que celebraban en el parrillero la concreción de un plan que hace un año nadie había imaginado, mientras Mujica recorría las instalaciones donde se hospedarán las familias para comprobar por sí mismo que nada más hacía falta.

Presenciar esas escenas era lo que un periodista que había seguido la historia desde el inicio podía esperar. Pero eso era apenas el principio gracias a una invitación extraoficial de último momento que permitió conocer a los recién llegados.
Con unas pocas frases en árabe en mente y mucha incertidumbre Sudestada ingresó al nuevo hogar de estos refugiados. Tantas cosas leídas, vistas y oídas del horror que han representado tres años de guerra civil no permitían vislumbrar los rostros amables y tranquilos que miraban desde la galería que rodea a sus habitaciones.

Hussein Alali, el joven sirio que trabaja para la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la República como traductor – y que decidió mudarse durante estos dos meses al establecimiento de los maristas para estar a disposición de sus paisanos las 24 horas los siete días de la semana – y la profesora Susana Mangana, oficiaron de presentadores.

“Ahl-an-wa-sahan” (bienvenidos), era una de las palabras que había aprendido y prácticado pero que en el momento salió entrecortada al ver las jovencitas que sin timidez alguna se acercaron a saludar. “Quien no sepa entender una mirada tampoco entenderá una larga explicación”, dice un proverbio árabe. Y en las caras de los jóvenes y adultos recién llegados se notaba gratitud, amistad, curiosidad, algo de melancolía, pero por sobre todas las cosas esperanza. Ni un solo rastro de ansiedad o temor.

Y más allá de eso era sorprendente como la tragedia inimaginable que vivieron hasta ese momento no había borrado la dulzura de los ojos y la sonrisa de dos hermanas de 15 y 18 años. Con gestos, y traductores de por medio, la mayor relató a Sudestada que quiere comenzar a trabajar cuanto antes y que sueña con ser esteticista. Pese al equipaje bastante escaso con el que llegaron su apariencia cuidada denotaba su gusto por el arreglo personal.

Un brazalete con una flor nacarada que llevaba en su muñeca derecha me llamó la atención y apenas entendió que me parecía lindo comenzó a quitárselo para obsequiármelo. Su actitud desprendida y generosa me quitó de eje. ¿Cómo ella que tenía tan poco podía siquiera pensar en regalármelo? No podía aceptarlo, pero no quería ofenderla. Por suerte la profesora Mangana que conoce no solo su idioma, sino sus costumbres pudo explicarle que yo prefería que ella lo usara. Entonces sonrió y recuperé la calma.

La disposición para conversar y las sonrisas amables eran una constante entre los jóvenes que integran el grupo tanto como el expresar el deseo de volver a estudiar. Alguno de ellos hacían énfasis en cómo habían tenido que abandonar la universidad a causa de la guerra civil y cuánto había pesado la posibilidad de reiniciar la carrera en la decisión paterna de aceptar la oportunidad de venir a Uruguay.

Los diálogos dieron lugar a una rueda hasta que una lluvia torrencial comenzó a caer y todos buscaron cobijo. Todos menos los niños que se maravillaron con el agua que provenía del cielo y que en raras ocasiones precipita en el área montañosa de Siria y el Líbano.

Mientras algunos corrían tras una pelota que habían encontrado un niño de poco más de diez años permanecía sentado. Hizo saber que sentía mal. Primero se pensó que era consecuencia del viaje de más de 24 horas con largas esperas en Frankfurt y Buenos Aires que habían tenido que realizar y la tensión que eso provoca. Pero su dolor era un poco más profundo.

En apenas unas horas había percibido que su vida aquí sería buena, que podría estudiar y jugar tranquilo, lo que le hizo recordar que sus amigos aún estaban viviendo la tragedia de la guerra y el desplazamiento sin la oportunidad que ahora él tenía. Nadie supo a ciencia cierta cómo consolarlo. Es que hasta ese instante los proyectos de futuro que habían poblado las conversaciones casi habían hecho olvidar el drama que los trajo hasta Uruguay. Pero el momento pasó casi tan rápido como había llegado gracias a que otro de los niños arrojó la pelota a sus pies.

En un instante el jardín se pobló de adultos uruguayos, traductores de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y uruguayos que eran invitados por los pequeños sirios a participar de ese picadito a tres pelotas. Entre ellos había una niña que pateaba mejor que muchos varones, por lo que algunos funcionarios de Acnur predijeron que en unos 10 años habrá algún “Ashmed” o “Mohammad” vistiendo la celeste.

No había forma de no participar del juego. Si la primera vez que la bola eran enviada en dirección a una persona esta no la devolvía con un puntapié la acción se repetiría hasta que lo hiciera. Tras intercambiar un par de pelotazos uno de los más grandecitos se acercaba y se presentaba solo: “Ismee Manzur, ma ismiki?”, “Me llamo Manzur, ¿cuál es tu nombre?”. Acto seguido comenzaba a señalar a otros y decir sus nombres.

Era un enjambre de niños que corrían y reían despreocupados mientras sus padres observaban sin participar de los juegos, pero disfrutando del espectáculo y con un poco más de certeza respecto a la resolución que adoptaron al viajar a una tierra tan lejana.

Los pequeños ya se sentían en casa, pero los adultos comenzaban a sentir el cansancio del viaje por lo que hubo que finalizar la visita. Tendrán apenas unos días para aclimatarse al cambio de horario y al lugar porque el lunes comenzarán las clases de español y la orientación socio-laboral.

“Ma'as-salama” (adiós) sonaba en el aire mientras retomaba el camino hacia el portón y recordaba un concepto expresado por Mujica cuando meses atrás la iniciativa de reasentar ciudadanos sirios generó polémica: no podemos salvarlos a todos, pero para la persona que podemos ayudar es el 100%.
Aliados de Sudestada